Los enanos by Harold Pinter

Los enanos by Harold Pinter

autor:Harold Pinter [Pinter, Harold]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-15T00:00:00+00:00


Catorce

—¿Por qué no lo pones sobre la mesa? ¿Qué te está haciendo subir por las paredes?

—¿Qué quieres que diga?

—Ábrelo, Len, No te veo por las telarañas.

—Me tendrás que perdonar. Estoy en la vorágine de una plaga sagrada.

—¿Quieres que mande un carretón para enterrar a los muertos?

—¿Eres una organización sin fines de lucro?

—Por supuesto que no —dijo Mark⁠—. ¿Quién es? ¿Qué estás diciendo?

—A veces eres una víbora, para mí —⁠silbó Len.

—Ahora no me pongas contra las cuerdas, Len.

—Eres una víbora en mi casa.

—¿De verdad?

—Es un problema de motivos. No me fío de tus motivos, Mark. Puedo entender que quieras sacar algún provecho de todos los que vengan. Sí, ¿y quién no? Pero me huele a chamusquina cuando estás tratando de comprar y vender mi empresa. Hay gato encerrado. Es el acto de una víbora. ¿Qué piensas que soy, el muñeco de un ventrílocuo? Me opongo a abrir la boca y decir algo que tú has metido en ella. Por insinuación. Eso pasa. En cuanto a ti, te sientas y miras puntos. Me pesas. Me vigilas. Siempre me estás sacando dinero. ¿Cuánto ganas? Crees que has encontrado algo bueno. Incluso podría acusarte de haber dilucidado mi historial, aunque no tengo ninguna prueba firme. Sinceramente, no me extrañaría de ti. Pero me opongo enérgicamente a esta compra y venta de mí, este etiquetaje de cada palabra mía, cada acción mía. Tú tienes una mente científica, Pete no. Es de eso de lo que el mundo no se da cuenta. ¿Te estoy calumniando? Vamos, ¿hasta qué punto está calculado? Muy a menudo me parece, Mark, muy calculado. No me gusta el olor. No quiero ver por tus ojos ni por los de nadie. Bastante problema tengo ya con la supervivencia económica. ¿Qué buscas? Te digo que no permitiré una víbora en mi casa.

Mark se levantó, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Se lo tomó y se quedó de pie junto a la puerta.

—Pura paja —dijo.

—Eso no me dice nada.

—¿Qué esperas, una declaración de defensor?

—Eso depende de ti.

—¡Aaah! —rechinó Mark.

Se sentó en el brazo de un sillón, tosió brevemente y escupió en la chimenea.

—No obstante, me alegro de que hayas sacado todo eso —⁠dijo, eructando y limpiándose la boca⁠—. ¿Quién sabe? Tal vez tengas razón. ¿Tu conclusión es que soy un entrometido? ¿Por qué tengo que contestar?

—¿Quieres que salga de tu casa?

—Haz lo que quieras.

Len cerró el puño y golpeó el brazo del sillón.

—¿Así que no tienes nada que decir?

—No.

—¿Entiendes de lo que estaba hablando?

—Sí.

—¿Y no estás de acuerdo?

Mark se encogió de hombros.

—¿No estás de acuerdo?

Mark carraspeó y aclaró la voz. Se golpeó en el pecho y escupió.

—¿Qué?

—¿Piensas que estoy equivocado?

Mark se encogió de hombros.

—¿Pero lo estoy? ¿Aparte de lo que pienso y de lo que piensas, lo estoy?

—¿Lo estoy tú?

—¿Lo estoy yo?

Mark se encogió de hombros, inspiró y se sonó la nariz.

—¿Qué es lo que te pasa esta noche? —⁠dijo Len⁠—. Estás tirándote pedos y eructos por todos lados.

—Uh.

—¡Aaah! —espetó Len, y agitó la cabeza, tiritando⁠—. ¿Me pones etiquetas sí o no?

—No que yo sepa.



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